Cuando hablamos de poner límites, ¿a qué nos estamos refiriendo? Saber decir "no" es lo primero en lo que pensamos.
Y es que es cierto que a las PAS, en ciertas ocasiones, puede costarnos, sea por el deseo de ayudar a los demás, sea por el intento de caer bien.
"No puedo", "no quiero", "no me gusta".
Pensamos en la posibilidad de decir estas palabras a alguien que nos precisa y casi que se nos estruja el corazón, sobre todo si es a alguien a quien amamos. Otras veces, no nos piden un favor, pero pensamos en que podemos colaborar de alguna manera en una situación que observamos y, ¿cómo no aportar? Tal vez sólo nos costará un poco de tiempo, de esfuerzo, de dinero... (¿de estrés?).
Pero, definir límites, no sólo se trata de decir "no" sino, también, de hacer saber al otro cuáles son nuestros gustos, deseos y opiniones. De alguna manera, mostrarnos tal como somos y ser auténticos implica dar a entender para qué tipo de conversaciones y situaciones pueden contar con nosotros y para cuáles no.
Mostrarnos dispuestos y accesibles es una manera de conectar con los demás que permite establecer confianza y compañerismo. Sin embargo, (como en todo) los extremos no son la mejor opción.
Muchas veces, ayudar implica poner limitaciones. Por ejemplo, si tu hijo te pidiera que te quedes en el jardín con él y le cumplieras ese deseo, ¿lo estarías ayudando? Sería una satisfacción momentánea que conllevaría muchas dificultades en su futuro si no aprendiera a estar sin su mamá o su papá al lado. Por eso, el amor implica poner límites sanos. Límites respecto cuánto podés y deseás dar en cierto momento, límites en cuánto corresponde recibir en determinadas circunstancias.
¿Te ha pasado alguna vez que has dado tanto pero tanto de tu parte que terminaste decidiendo concluir una relación o situación? Llegaste a drenarte, a desgastarte de tal modo que, con sólo pensar en cierta persona o circunstancia, sentías estrés o cierto rechazo. Y, si ves en retrospectiva, esa no era tu idea inicial, tu deseo inicial, ¿cierto? No hacía falta llegar a este extremo, sin embargo, sin saber cómo, finalmente te encontraste con estas sensaciones que te desconcertaron y te llevaron a alejarte.
O, quizás, ha sido el otro el que ha cortado el vínculo y te preguntás: "si yo di todo y más, ¿por qué... por qué se va?". Pues bien, aunque duela pensarlo, a los demás les gusta estar con "alguien", no con un espejo. Y "alguien" es un otro con diferencias y límites que lo separan de mí pero, gracias a esa separación, podemos conectar, compartir, aprender y crear.
¿Te has puesto a pensar en que, si no sabemos demarcar nuestros propios límites, nos puede costar definir quiénes somos? Es decir, ¿quién sos, cómo podrías definirte, si los demás deciden por vos?, ¿si te perdés en los anhelos y necesidades ajenas para las que siempre estás dispuesto?, ¿si a tus deseos los dejás para después (un después que, en ocasiones, nunca llega)?, ¿si, al fin y al cabo, ya ni sabrías diferenciar cuáles son tus deseos y cuáles los del otro?
En el otro polo de la dificultad para establecer límites, encontramos el encerrarse en uno mismo. Evitar relaciones comprometidas, no sólo de pareja sino de amistades o la realización de actividades a largo plazo, puede nacer del temor a lo que puedan requerir de nosotros, de no saber exactamente qué nos implicará, de no dar la talla... y, ante la incertidumbre, se prefiere evadir estas situaciones.
Sin embargo, si dejás que el temor decida por vos, son muchas las oportunidades de pasar buenos momentos las que te podés estar perdiendo. Realizar actividades que nos llenan y mantener relaciones equilibradas ayuda a nutrir nuestro interior. Pero, ¿cómo superar estos temores?
En primer lugar, es importante entender que hacer saber a los demás qué podemos aportar y qué no, hasta dónde y cuándo, ayuda a enriquecer las relaciones. Una persona que te ama, no se alejará de vos si le decís que en cierto momento no podés ayudarlo porque escapa de tus posibilidades, si determinada situación no va con tus valores, o porque no compartas todos sus gustos. Amar implica conocer al otro y respetarlo, conocernos a nosotros mismos y respetarnos, aprender a negociar.
Y, si hablamos de amar y ayudar, no debemos olvidar que a la primera persona a la que necesitamos amar y ayudar es a nosotros mismos. Y no hablo de egolatría ni narsicismo, hablo de la alegría de estar vivos hoy, de agradecer nuestra propia existencia, esa misma existencia que nos permite compartir con los demás. Y parte de esa gratitud es el conocimiento y cuidado propio, que implica aprender a regular nuestros niveles de ansiedad, conocer nuestros ritmos y posibilidades y, sobre todo, respetarlos. Porque, para estar bien con los demás, primero necesitamos estar bien con nosotros mismos. Sólo de este modo podremos establecer vínculos constructivos, satisfactorios y a largo plazo.
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